El rendimiento electoral del
Frente Amplio en las pasadas municipales fue un triunfo político que no
sólo logró la alcaldía de Valparaíso
–bajo un modelo de participación ciudadana intensivo-, sino también hace posible
que desde ese momento la prensa comience de modo frecuente a publicar noticias
sobre el emergente movimiento político. Es más, la élite política duopolica,
los analistas de la coyuntura política y las redes sociales comienzan a debatir
e intercambiar ideas, pareceres y emociones en torno al posicionamiento y a las
proyecciones políticas y electorales de la izquierda no oficial.
Estos hechos, han
contribuido a que luego de unos meses y en el marco de un sistema político
agotado se comience a especular que esta fuerza política puede pasar a segunda
vuelta y competir en un balotaje con la derecha lidera por Piñera.
En este contexto, hay que
entender los esfuerzos –sobre todo, de los últimos días- de la Nueva Mayoría
–Guillier incluido- por descalificar, denostar y debilitar la “amenaza amplista”.
El miedo y la incertidumbre –en el marco de una crisis terminal- se apodera del
oficialismo. Esto conduce, a una guerra de trincheras intensa en torno a la
conformación del nuevo parlamento. Para
la Nueva Mayoría el “adversario” es el Frente Amplio y no Piñera; al menos, en
un primer momento. Hay que detener la fuga.
Todas estas circunstancias,
han hecho que al interior de la izquierda no oficial aumenten las expectativas,
las ambiciones y las esperanzas. De este modo, vemos como en 6 meses el debate
ha pasado de la opción presidencial testimonial –en el marco de un proyecto
político de largo plazo- a vislumbrar la posibilidad real de pasar a segunda
vuelta. Esto es, sin duda, un triunfo político.
Observamos, en consecuencia,
como en estos meses el Frente Amplio pasa de la “novedad” a la “posibilidad
real” de pasar a segunda vuelta; incluso, lograr la presidencia al ganar el
balotaje; es decir, como el “amplismo” pasa de la “novedad” a la “amenaza
duopolica”.
Sin embargo, surge una contradicción entre percepción mediática y
datos electorales. De hecho, al revisar las cifras electorales de la
izquierda no oficial desde el noventa –incluidas, las municipales pasada- y las
cifras que vemos semana a semana en las encuestas de opinión pública, no se ve con tanta claridad la percepción
que se ha instalado desde el punto de vista mediático de que el Frente
Amplio es una fuerza relevante que no sólo puede tener una buena performance
parlamentaria, en el marco de un sistema proporcional, sino también que puede
convertirse en gobierno.
No obstante, hay un hecho
evidente: el Frente Amplio entro al “campo político” y ha generado efectos de
poder significativo; al punto, que el duopolio –principalmente, el oficialismo-
han entrado en pánico. De hecho, nadie podría afirmar que en la Nueva Mayoría
no hay preocupación. Por cierto, si la hay.
Según lo anterior, las
próximas elecciones –presidenciales, parlamentarias y de consejeros regionales-
son la oportunidad y el momento en que la presencia y la fuerza cualitativa del
Frente Amplio se transforme en una fuerza política con peso cuantitativo; es
decir, se convierta en una tercera fuerza política y electoral que ponga
término a casi 30 años de hegemonía duopolica. De este modo, las próximas
elecciones son la prueba de fuego para el emergente movimiento político que
encuentra raíces no sólo en las nuevas generaciones, sino también en los
desencantados de la izquierda oficial.
En consecuencia, ¿de dónde sacará los votos para ese objetivo?
La respuesta viene desde el
propio Frente Amplio. De hecho, sus principales dirigentes han insistido en que
esos votos y la posibilidad de triunfo esta en los desencantados con la política y con la izquierda oficial más
preocupada de mantener posiciones de poder y de hacer reformas híbridas como
una forma de encubrir su atávico gatopardismo.
No hay duda, que la fuerza
política que logre captar la adhesión de estos amplios sectores se convertirá
en una fuerza política significativa. No obstante, es curioso ver como “los
desencantados” son convertidos por una entelequia en los nuevos sujetos de la
historia y de la política. Sin embargo, detrás de estas afirmaciones hay un
nuevo paradigma teórico –quizás, ni lo sepan- que transita del sujeto trabajador
al sujeto ciudadano y del sindicato y la formas clásicas de organización
político-sectorial al espacio territorial-local donde se encuentra la
diversidad en estado puro.
Respecto de la potencial
adhesión de los desencantados, que son muchos y se expresan políticamente en la
abstención y en la distancia estructural con la política y sus élites, surgen
algunas preguntas: ¿qué razones hay para que esos sectores apoyen al Frente
Amplio?; ¿quién dijo que esos sectores son mayoritariamente de izquierda; ¿de
dónde sacaron que van a concurrir a votar en noviembre?; ¿por qué y cómo esos
sectores tendrían que politizarse de un momento a otro?; ¿por qué y cómo esos
sectores van a romper su tendencia estructural a la apatía política?
El problema, finalmente, es
político. La fuerza política del Frente Amplio –más mediática que electoral-
tiene la posibilidad de consolidarse en la medida en que tenga buen rendimiento
electoral, es decir, que tenga los votos suficientes para ganar la competencia.
No hay duda, que la primaria juega un rol fundamental en este objetivo.
No obstante, si votan los
mismos que han votado siempre, las perspectivas de esta fuerza emergente no
estarán a la altura de lo que se espera. De hecho, al menos y dada las
expectativas que genera esta fuerza política, su rendimiento electoral debería
ser superior a lo que ha mostrado la izquierda no oficial desde los noventa.
Cualquier resultado bajo ese umbral es, sin duda, un fracaso.
En consecuencia, ¿cómo el Frente Amplio moviliza a “los
desencantados” y convierte ese “desencanto” en adhesión electoral y en votos? Probablemente, la respuesta venga de
Valparaíso.
El asunto es, aun más
complejo cuando observamos que la presencia de “los desencantados” no es
coyuntural; al contrario, es estructural y forma parte de un cambio de época. No
hay que olvidar, finalmente, que la política líquida en un contexto de
des-legitimación y corrupción, puede traer muchas sorpresas. La coyuntura
presidencial sigue gelatinosa e incierta.
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