La coyuntura que se abre en
el gremialismo por el caso Penta viene a profundizar una situación de crisis que ya estaba instalada en el partido desde
hace un par de años. De hecho, la derrota electoral de proporciones que sufren
en las últimas presidenciales y parlamentarias no es más que la prolongación de
lo que ya se había anunciado en las municipales del 2012. Es más, los conflictos
internos, como las negociaciones por la plantilla parlamentaria o la
instalación y bajada de Golborne como carta presidencial, son parte de
tensiones que se vienen incubando, a lo menos, desde que se convierten en
gobierno con Piñera. Por ello, entender lo que sucede en la UDI hoy requiere
insertar esta coyuntura en una cadena larga de acontecimientos que en conjunto
van dando pistas en torno a lo que ocurre en el partido y a los posibles
desenlaces. En esa dirección, por tanto, surge una pregunta que está en el
ambiente y que nadie ha podido responder con certeza: ¿es terminal la actual crisis del gremialismo?
La respuesta es doble: sí y
no. Ello, no obstante, no implica que no exista cierta racionalidad en la
respuesta.
La crisis de la UDI, sí es terminal porque hasta el momento el
gremialismo no ha sabido, no ha podido ni ha querido adaptarse a la condiciones
del Chile del nuevo ciclo. ¿Cómo es posible, que escuchemos hoy desde el propio
gremialismo que el partido no está en crisis y que no hay nada qué cambiar?
A su vez, hay otros
diagnósticos que hablan de que “la marca
UDI está agotada”, que el partido pareciera que se está “desangrando”, que han “abandonado sus orígenes” y que no están
conectados con la sociedad y las nuevas demandas. Las tensiones internas, sin
duda, no podrán sostenerse por mucho tiempo. Cuando ellas terminen su proceso
de maduración la coyuntura será terminal. En efecto, hay tensiones internas
derivadas de visiones distintas del pasado y del futuro en aspectos que van
desde los valores y la “subsidiaridad” hasta las relaciones con la élite, la
empresa y el dinero.
Hay, por tanto, un problema
de identidad partidaria que no ha sido resuelto. El tema es complejo y es
resultado no sólo de los nuevos tiempos, sino también de un partido que creció
de manera explosiva para convertirse en el partido más grande de Chile.
La incapacidad política de
adaptarse a las nuevas condiciones socio-políticas de la fase surge de dos
hechos profundos e íntimamente relacionados. Ellos, tienen que ver con la
construcción del orden neoliberal desde mediados de los setenta y con la
defensa “dogmática” que hacen de ese modelo desde los noventa. Primero, junto
con los militares diseñaron y ejecutaron un tipo concreto de sociedad que hoy
identificamos como neoliberal y que articula tres dimensiones: liberalismo
económico extremo sin regulaciones, democracia protegida y cultura
conservadora. Segundo, esa institucionalidad la defendieron durante los
gobierno de la concertación con el subsidio político de los senadores
designados, el binominal y el uso indiscriminado del dinero.
Hoy, en el contexto de una
fase política, social, cultural y económica no están en condiciones políticas,
legislativas ni ideológicas de defender “la
obra”. Aquí, por tanto, se encuentra el ADN de su actual crisis. El “derrumbe del modelo” o si se quiere su “desarticulación” en aspectos
fundamentales es correlativo a la crisis proto terminal del gremialismo. Políticamente,
no tienen credibilidad, no tienen liderazgos, no tienen fuerza legislativa y
han debilitado su relación con el mundo “popular”. Ideológicamente, sus ideas
están agotadas y lentamente superadas por los nuevos tiempos. En definitiva, no
tiene proyecto. Se ha quedado sin nada que “ofrecerle
a Chile”: ¿Cuál es el proyecto político de la UDI hoy?
En consecuencia, cuando se
derrumba “su obra” –el Chile Neoliberal-, cuando se quedan sin proyecto
político-social y cuando hay tensiones internas latentes de todo tipo y
magnitud, sin duda, se genera un escenario complejo que puede conducir al fin
del gremialismo. Por ahora, todavía hay disciplina para contener los vientos de
cambio.
Como sabemos, el que no se
adapta muere. En este recorrido –de la derrota al presente-, lo único que han
hecho es cambiar los rostros de la directiva y convertirse en una oposición
“hostil” y dogmática. No obstante, el partido sigue hegemonizado por Novoa, por
el clasismo y el iluminismo ideológico. Se observa, en consecuencia, con mucha
claridad que el gremialismo ha recorrido de manera muy tibia el camino de la
adaptación que puede ser “refundacional o
un mero ajuste táctico”. Han optado por el segundo camino.
La crisis de la UDI, no es terminal porque hay orgánica partidaria,
tradición, voluntad de poder, “estilo UDI” y una generación de políticos
–jóvenes y no tan jóvenes- que no se va a ir para la casa a mirar como la
política cruza frente a sus ojos. Hay, sin duda, un conjunto de políticos
gremialistas que no formaron parte del núcleo fundacional de la UDI y que
tampoco pertenecen a la élite empresarial ni tiene vínculos con ellos: Silva, Bellolio,
Ward, Hasbún, Molina, Delgado, Carter, De La Maza y tantos otros van a seguir y
seguirán vinculados a la política. Lo harán, sin duda, desde la tradición y la
historia gremialista. Del mismo modo, Von Baer, Moreira, Pérez y la Van
Rysselberghe tienen mucho tiempo más para estar en el Senado y cumplir
importantes roles al interior del partido.
Si quieren continuidad
partidaria, tiene que haber, sin duda, cambio generacional. Lo hubo, lo hay y
está en marcha. Pero, a la vez, requieren ajustar su pensamiento y sus
prácticas políticas a las condiciones de los nuevos tiempos.
No sólo hay una nueva
generación que asume y asumirá la conducción del partido en lo que viene, sino
también una amplia red de militantes, adherentes, simpatizantes, electores,
alcaldes, concejales y consejeros regionales que tienen mucho que hacer y decir
en la nueva etapa que debe abrir el gremialismo. En ellos, está el futuro del
partido y/o de su tradición. El tiempo de los “coroneles” ha comenzado a quedar
atrás; como también, la época dorada de la UDI. Ya no hay “mística” se escucha desde las profundidades del partido.
Responder, finalmente, si la
UDI está en una crisis terminal es una tarea compleja y arriesgada. Lo evidente,
es que hay fuerzas que se dirigen en esa dirección y hay otras que neutralizan
las primeras. Hay que tomar decisiones. Pero, mientras no pase el “huracán
Penta” no hay mucho que hacer. El futuro del partido dependerá del daño
político que generen los dineros Penta. Sin embargo, no sabremos hasta que
termine el vendaval. Por ahora, sólo hay pistas. Se viene marzo. Las tensiones
no paran.
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