Julio-2012
La
izquierda es un concepto que denota posición -dimensión espacial de ubicación-
y connota un universo ideológico-cultural y una práctica política. La
referencia ha pasado a convertirse en un gesto y un símbolo. Ambos significados
nos remiten a un posicionamiento político. Ya sabemos la historia de los que se
sentaron a la derecha y a la izquierda del Rey u orador. Para el primer caso
fueron las fuerzas conservadoras –nobles y curas-; y para los segundos, los más
radicales del Tercer Estado –los comunes, el pueblo-. La semántica también
tiene historia.
Han
pasado más de 200 años y todavía la dimensión izquierda-derecha sigue siendo
útil –a lo menos en Chile- para ubicar y posicionar las fuerzas políticas del
país. Sin embargo, el “ser” de izquierda
va cambiando con los tiempos y las nuevas realidades que van emergiendo.
Obviamente, los que se entendía por izquierda durante la Unidad Popular, no es
lo mismo que cuando nos encontramos al interior de la dictadura cívico-militar
de Pinochet tratando de sobrevivir a la represión y buscando rearticulación
política; del mismo modo, no es lo mismo en la fase de la refundación
democrática o cuando entramos a la era del consumo y de las redes sociales. Del
mismo modo, tampoco es lo mismo la izquierda local, que la europea, venezolana
o uruguaya. Cada izquierda tiene su afán. Sin embargo, no podemos olvidar que
hay elementos transversales, históricos y fundacionales que la identifican y
diferencian cono fuerza social y política.
Hemos entrado a un nuevo ciclo político;
y por tanto, a una reformulación de los que es y debe ser la izquierda chilena. Sin duda, estamos frente a una coyuntura relevante para
el reposicionamiento político e ideológico de la izquierda. Los esfuerzos de
los últimos meses dan cuenta del nuevo contexto.
En
este escenario la izquierda no sólo debe reconocer su identidad histórica –lo
que los identifica y diferencia-, sino también construir confianzas,
compromisos, proyecto y programa. Básicamente, tiene que responder por el sentido actual del “ser” de izquierda; ¿qué significa ser de izquierda hoy?
El
primer elemento que debe identificar lo encontramos en el origen del concepto.
En esa dirección su identificación como “tercer estado” es un elemento doble;
diferencia e identifica. Por tanto, la izquierda representa al pueblo, a las
mayorías, a los postergados, a los no privilegiados; a los pobres, a los
excluidos y marginados sociales; a los trabajadores y a las clases subalternas
–que en la época de la revolución Francesa eran los campesinos y la burguesía emergente de corte urbano-. En
la semántica política y social de la coyuntura se habla de “los ciudadanos”.
Vemos, por tanto, que el primer elemento de su identidad se relaciona con la
representación; es decir, ¿a quién debe representar?
La
batalla por la representación “exclusiva” de tales sectores la perdió a manos
de la DC en los sesenta y de la UDI popular en los noventa. Sin embargo, ha
logrado neutralizar esa “penetración legítima” avanzando hacia los sectores
medios progresistas. Recuperar la representación histórica y fundacional
implica volver a vincularse con el mundo social no sólo en la perspectiva de
“escuchar” e intermediar sus demandas, sino también –y sobre todo- abrir cauces
de participación. Ello implica, a su vez, crecimiento electoral.
El
segundo elemento tiene que ver con la nivelación; es decir, con la igualdad. La
acción política de la izquierda tiene –como foco principal- fomentar la
igualdad en general y en particular para “sus representados”. Chile reclama hoy
igualdad. Aquí está el elemento articulador de las oposiciones. De hecho, ya ha
comenzado el diseño del “relato de la igualdad”.
El
tercer elemento es más controvertido ya que se vincula con la libertad; sobre
todo, si se trata de asociar los “socialismo reales” con la izquierda. La
libertad política, económica y de conciencia no puede ser patrimonio de la
derecha. En el plano político la izquierda fomenta las libertades públicas y la
democracia. Ser herederos del “tercer estado” que fueron los que crearon la
Asamblea Nacional los ubica en una posición de privilegio a la hora de
identificarlos como los creadores políticos de la democracia. La izquierda no
puede ni debe alejarse de su vocación democrática en perspectiva participativa.
Representar
a “los comunes”, igualdad y libertad son los tres pilares sobre los que se
refunda la izquierda actual. Sin embargo, esta refundación hay que hacerla
sobre la base de un proyecto país y un programa de gobierno. Hay que darle
contenido a estos pilares básicos. Justamente, en este punto surgen los
problemas; ya que, es la instancia en que emergen los “hombres, mujeres y
grupos de carne y hueso” con necesidades y demandas concretas. Es el momento de
las proposiciones, de la negociación y de la articulación de intereses. El
proyecto y el programa deben salir de la
abstracción y conectarse con las coyunturas, sus problemáticas y demandas.
Para
avanzar y materializar estos aspectos la izquierda chilena presenta algunos
problemas y debilidades que dificultan su avance. Fragmentación, falta de
liderazgo, diagnósticos y propuestas son
tensiones que la izquierda local debe resolver.
La
fragmentación es profunda. En ese
escenario encontramos al socialismo oficial encarnado en el PS y sus
fraccionamientos –allendistas, MAS, PAIZ,- el PC, los ecologistas, humanistas,
progresistas, cristianos de izquierda y grupos diversos. ¿Cómo articular y construir proyecto desde todos estos grupos?
La
raíz de esta fragmentación se vincula con el hecho de que cada segmento
pertenece a universos culturales, sociales y productivos distintos.
Estudiantes, trabajadores, profesionales, intelectuales, artistas, ecologistas,
humanistas laicos, pobladores, etc. forman un universo muy amplio que dificulta
la unidad. En el Chile actual hay muchas izquierdas.
Este
hecho, se vincula a la falta de
liderazgos. La izquierda chilena no tiene liderazgos nacionales con
vocación de poder. ¿Quién puede liderar
este proyecto? No sólo hay que consensuar proyecto y programa, sino también
equipos.
Esta
dispersión genera diagnósticos distintos.
Se trata, principalmente, de diferencias en torno al rol de la técnica en la
política y en las decisiones públicas, al del mercado, de la empresa y del
capital, al rol del Estado y de la propiedad de los recursos naturales, a
la inserción de Chile en el mundo; al tipo de democracia y de sociedad que se
va construir, al modo de relacionarse con el mundo social, etc. Es más –y en
esto radica su debilidad política- a sus diferencias en los objetivos y
estrategias políticas de la fase.
La
fragmentación y los diagnósticos tienen efectos sobre el programa. Un programa de gobierno es la propuesta y las ideas
centrales con las cuáles se va gobernar el país por un periodo presidencial
específico. No se puede gobernar con la banderas de la “asamblea constituyente”,
de la nacionalización de los recursos naturales y de la salud y educación
gratis. Sin duda, son ejes fundamentales –sobre todo, los dos últimos-; pero,
el país es largo, ancho y diverso. Hay que bajar de la ficción a la política
real y dar cuenta de una infinidad de problemáticas. Política energética y
ambiental, políticas públicas y el rol de los subsidios, relaciones
internacionales, política tributaria, propiedad de los recursos naturales,
tercera edad, política nacional de deportes, etc. La Izquierda no puede olvidar
que en el país existen distintos grupos e intereses.
La
izquierda chilena ha sido históricamente fuerte en términos ideológicos,
culturales, políticos y electorales. Para la derecha y para el centro político
es funcional su debilidad. Ha llegado la hora de la re-fundación. Hay historia
y fuerza electoral. Sin embargo, falta unidad, liderazgo, proyecto y programa.